
Rockwell es pequeño, confortable y armonioso, la combinación
perfecta para tener una conversación, estudiar, leer, divagar un rato entre los
secretos más profundos de tu alma o procrastinar en su máxima expresión. Al fin
y al cabo está lleno de cuadros de este gran artista que definitivamente hacen
que te detengas a mirarlos por un rato largo, porque cada cuadro te cuenta una
historia diferente de la cabeza a los pies, cosa que me fascinó incluso a mí,
que soy la chica con más fobia a todo lo antiguo que pueda existir.
Así que volviendo al relato, una vez que entramos nos
topamos con un cartel que decía “Porfavor ordene primero” y vaya si nos costó
ordenar. La carta escrita en una pizarra gigante llena de nombres que con solo
pronunciarlos se te hacia agua la boca y la vitrina de postres justo abajo
fueron la combinación perfecta para hacernos perder la cabeza.
Después de casi una hora de mirar cuadros, conversar de todo
y nada y matarnos de risa como solo los verdaderos amigos saben hacer, decidí
acercarme a la caja a conversar con el dueño para felicitarlo por la idea de un
lugar tan innovador y lleno de historia y fue ahí cuando me empapé de Norman
Rockwell y no solo de él, sino de una historia de amor entre un Ruso y una
Peruana que se habían conocido en Norteamérica gracias a la admiración por tal
artista y que años más tarde habían decidido traernos su arte hasta las calles
molineras.

¡Visiten este café y cuéntenme su experiencia!
Hasta la próxima,
Victoria.
Calle
Las Cascadas 138,
La
Ensenada. La
Molina.
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